Exposición en el Museo Pettoruti
2016
La forma desnuda
La Plata, 2016
Museo Provincial de Buenos Aires “Emilio Pettoruti”.
E. González De Nava
LA FORMA DESNUDA
Esculturas y dibujos 2010- 2015
Junio de 2016
La Forma Desnuda (en panel de entrada)
Le llamo forma desnuda a una forma desnudada; a una forma despojada, sin velos ni veladuras, sin envolventes, pero también sin excesos; magra incluso (sin gordura ni celulitis), desnuda como el atleta griego en los Juegos Olímpicos de la Antigüedad. Simple y compleja al mismo tiempo pero desnuda, incluso eviscerada: atravesada por el espacio y por la luz; configurada con el espacio y la luz inaprehensibles más que con la materia visible y palpable. Precisa, mínima en ocasiones hasta rozar la pobreza. A veces sufrida, estoica, subalimentada, casi deshidratada, esquelética, pero que se quiere resistente y persistente.
No estoy seguro de que todo lo que aquí presento se ajusta a esa caracterización; pero la concepción de la forma desnuda está presente, en mayor o menor medida, en todo lo expuesto.
E.G.D.N.
A forma desnuda y la experiencia transparente (Cara opuesta del panel de entrada)
El concepto de forma desnuda, de ese “ver hasta lo que no (se) quiere ver” que Enrique González De Nava plantea como eje de sentido de la muestra que aquí se presenta, puede vincularse con la concepción que Cornelius Castoriadis tiene del concepto de lo que él llama “el gran arte” (Castoriadis.2007. 110-125 Ventana al Caos).
Castoriadis dice que el “gran arte” es el develamiento del caos por medio de un dar forma, y que ese acto de develamiento genera en el espectador el placer de dar sentido, que es la reconciliación con el deseo. Lo que alguna vez Freud explicó con el término de versöhgnung, o los alemanes llaman wunder, milagro del arte. Una experiencia no fenoménica sino transparente, que ilumina la mente de conocimiento, genera placer y nos invade de plenitud de sentido.
Frente a tanto discurso contemporáneo, la forma desnuda nos invita a la contemplación despojada.
Texto curatorial a cargo del Prof. Daniel Sánchez
Dibujos con tinta china, agua y pincel sobre papeles varios.
El dibujo es una disciplina en sí misma. Aunque el dibujo es, también, la disciplina auxiliar de cualquier cosa que se proyecte construir o realizar. Todo nuestro entorno construido está dibujado y la trayectoria de una sonda espacial debe ser previamente calculada y trazada, dibujada. La sonda traza una compleja línea en el espacio profundo, y esa línea es un dibujo humano. Pero la sonda – el aparato – también lo es, porque está diseñada, es decir, dibujada. Para mí, el dibujo es el canal más directo de la imaginación visual, y los motivos del imaginar se van develando detrás de las imágenes que se realizan, sucesivamente, en una dirección, que es un viaje de exploración; lo que permite hacer conciencia progresiva de aquello que hay en uno y que exige manifestarse.
Siempre abordé el dibujo como una disciplina exploratoria. El espacio gráfico es un campo visual para la acción, y en ocasiones, un campo de batalla. Con la línea, el punto, el tono y la textura, construyo pacientemente las formas, las figuras, las configuraciones, los conflictos, los equilibrios y las estructuras que me dicta la espontaneidad. Un dibujo logrado es una solución, pero una solución precaria.
Cada dibujo es una actividad, un proceso que desoculta algo que se viene abriendo paso desde no sé dónde ni cuándo, pero que después reconozco cómo algo relacionado conmigo.
Me pongo a trabajar con intenciones mínimas. Si no logro percibir que lo que se está desarrollando tiene vida propia, cambio de rumbo o abandono. No me es posible imponerle una dirección fija a la actividad; apenas una orientación global con fluctuaciones. En mi caso, es más bien la actividad la que crea el motivo.
E.G.D.N.
Columnas Rítmicas o Movimiento Sinfín
(Texto en panel del fondo)
La columna es un motivo que siempre me interesó. No se trata exclusivamente de la columna como elemento de sostén sino, también, de sus parientes: el poste, el pilar, el menhir, el obelisco, la cariátide, la estaca, el junco y el árbol; ciertos árboles, particularmente, como el álamo, el ciprés, la alta palmera; una constelación de motivos que expresan no solo la verticalidad sino, ante todo, el eje imaginario que separa y une el arriba y el abajo: el piso y el techo, los pies y la cabeza, el suelo y el cielo, la Tierra y la Luna, el planeta y su estrella, el astro y el cosmos.
La mayor parte de mis columnas son vectores pulsátiles expuestos en posición vertical que desarrollan el tema columna infinita, o movimiento sinfín, semejantes a aquella que diseñara Brancusi como parte de un Memorial en Tirgu-Jiu (Rumania, 1938), concebida como un tributo a los jóvenes rumanos fallecidos durante la Primera Guerra Mundial y a la regeneración de la vida. Brancusi es considerado como el “padre de la escultura moderna”, esa extraordinaria transformación de la estatuaria que se viene dando desde la primera década del S. XX y que aún continúa. En efecto, se trata de estatuaria, pero transformada y adaptada al contexto de la actual civilización planetaria, la que comenzó a formarse con la llegada de un extraordinario navegante genovés, Cristóforo Colombo, al continente americano en 1492, y produjo con el tiempo un tipo humano que ya no está seguro de saber – como en épocas pasadas – de dónde viene ni a dónde va, pero que continúa avanzando para saber qué hay más allá del horizonte circunstancial. (No, yo no creo en las identidades fijas, y menos en el culto a la identidad propia; cuanto más fija es una identidad, cuanto más recortada y rígida, menos humana me parece).
Hasta entonces no se había ensayado una columna sin fin, por más que las columnas de sostén contuvieran – particularmente la columna salomónica, un helicoide sinuoso – potencialmente el motivo. Esa potencialidad se actualizó no antes de la era actual, con volúmenes que se disparan hacia lo alto – cómo la Torre de Eiffel, en 1889, un caso de ingeniería escultórica para conmemorar los cien años de la Revolución Francesa –, o esculturas vectoriales como la de Brancusi, para conmemorar la regeneración y la persistencia de la vida; es decir, lo único verdaderamente fundamental.
Las columnas rítmicas son volúmenes mínimos y están estructuradas como una encrucijada que modela un volumen de espacio (cuatro sub-espacios interconectados por aberturas en el eje), porque me apasiona tanto el espacio como la materia tangible.
El color – aplicado o no – pretende manifestar el carácter de cada forma, su energía, su peso visual, su luminosidad y su temperatura. Son “estatuas” que pretenden ser miradas como un segmento a escala corporal de un vector plástico de extensión virtualmente ilimitada…
Pero reconozco que cada uno de nosotros al mirar, ve lo que puede ver, y también lo que quiere ver. Pero lo importante es que, en ocasiones, uno ve lo que no se propuso o no esperaba ver: algo que está un poco más allá del horizonte temporal de su visión.
E.G.D.N.
La Forma Desnuda
Nota crítica de César Ariel Fioravanti
(Inédito, a posteriori de la muestra)
Normalmente el escultor es un buen dibujante porque necesita expresar en el plano el volumen de sus esculturas.
También en algunos casos los escultores incursionan en la disciplina del grabado porque ambas necesitan de una técnica depurada.
En el caso de Enrique González De Nava es un obsesionado por que la técnica exprese con la mayor fidelidad el proyecto de su creatividad…. Esa creatividad que nace de su rico mundo interior.
Con Enrique nos conocemos de hace “unos cuantos años” y, siempre a mi parecer, puedo decir que es un ser estudioso, meditativo y de elaboraciones profundas e inquisitivas. Si bien se deja llevar por sus sentimientos, al volcarlos a la visión estética concreta, los desmenuza y analiza con rigor de cirujano.
Sus obras tienen una característica secuencial, ¿Por qué digo esto? Porque cuando la chispa lo ilumina, el cerebro de Enrique comienza a producir una serie de imágenes que se van sucediendo una tras otra, donde la siguiente es más rica que la anterior.
Él habla de “la forma desnuda” como una definición de la imagen pura, desde sus chapas blancas sacadas de un plano y dobladas para captar el espacio circundante hasta sus columnas en hierro o acero que exhiben una geometría sintética y vivos colores. Estas, de verticalidad “giacomettianas” están compuestas por módulos que se repiten en altura hasta hacernos forzar nuestra vista para contemplarlas en su totalidad; por su presencia, los colores son elegidos puntualmente para cada pieza, irradiando a su alrededor una atmósfera mística, casi religiosa. Por el contrario, sus dibujos tienen una planimetría donde, en el ochenta por ciento de esta serie, el blanco del papel y el negro de la tinta, juegan libremente en una abstracción lírica con un fondo surrealista.
Sus composiciones tienen una impronta tan personal que es muy difícil encontrar algo semejante en toda la producción del arte actual.
Este paneo de la última producción de Enrique, no hace más que expresar lo que siento frente a sus trabajos, al recibir esos mensajes producto de sus sentimientos.
C.A.F.
La Plata, 2016
Museo Provincial de Buenos Aires “Emilio Pettoruti”.
E. González De Nava
LA FORMA DESNUDA
Esculturas y dibujos 2010- 2015
Junio de 2016
La Forma Desnuda (en panel de entrada)
Le llamo forma desnuda a una forma desnudada; a una forma despojada, sin velos ni veladuras, sin envolventes, pero también sin excesos; magra incluso (sin gordura ni celulitis), desnuda como el atleta griego en los Juegos Olímpicos de la Antigüedad. Simple y compleja al mismo tiempo pero desnuda, incluso eviscerada: atravesada por el espacio y por la luz; configurada con el espacio y la luz inaprehensibles más que con la materia visible y palpable. Precisa, mínima en ocasiones hasta rozar la pobreza. A veces sufrida, estoica, subalimentada, casi deshidratada, esquelética, pero que se quiere resistente y persistente.
No estoy seguro de que todo lo que aquí presento se ajusta a esa caracterización; pero la concepción de la forma desnuda está presente, en mayor o menor medida, en todo lo expuesto.
E.G.D.N.
A forma desnuda y la experiencia transparente (Cara opuesta del panel de entrada)
El concepto de forma desnuda, de ese “ver hasta lo que no (se) quiere ver” que Enrique González De Nava plantea como eje de sentido de la muestra que aquí se presenta, puede vincularse con la concepción que Cornelius Castoriadis tiene del concepto de lo que él llama “el gran arte” (Castoriadis.2007. 110-125 Ventana al Caos).
Castoriadis dice que el “gran arte” es el develamiento del caos por medio de un dar forma, y que ese acto de develamiento genera en el espectador el placer de dar sentido, que es la reconciliación con el deseo. Lo que alguna vez Freud explicó con el término de versöhgnung, o los alemanes llaman wunder, milagro del arte. Una experiencia no fenoménica sino transparente, que ilumina la mente de conocimiento, genera placer y nos invade de plenitud de sentido.
Frente a tanto discurso contemporáneo, la forma desnuda nos invita a la contemplación despojada.
Texto curatorial a cargo del Prof. Daniel Sánchez
Dibujos con tinta china, agua y pincel sobre papeles varios.
El dibujo es una disciplina en sí misma. Aunque el dibujo es, también, la disciplina auxiliar de cualquier cosa que se proyecte construir o realizar. Todo nuestro entorno construido está dibujado y la trayectoria de una sonda espacial debe ser previamente calculada y trazada, dibujada. La sonda traza una compleja línea en el espacio profundo, y esa línea es un dibujo humano. Pero la sonda – el aparato – también lo es, porque está diseñada, es decir, dibujada. Para mí, el dibujo es el canal más directo de la imaginación visual, y los motivos del imaginar se van develando detrás de las imágenes que se realizan, sucesivamente, en una dirección, que es un viaje de exploración; lo que permite hacer conciencia progresiva de aquello que hay en uno y que exige manifestarse.
Siempre abordé el dibujo como una disciplina exploratoria. El espacio gráfico es un campo visual para la acción, y en ocasiones, un campo de batalla. Con la línea, el punto, el tono y la textura, construyo pacientemente las formas, las figuras, las configuraciones, los conflictos, los equilibrios y las estructuras que me dicta la espontaneidad. Un dibujo logrado es una solución, pero una solución precaria.
Cada dibujo es una actividad, un proceso que desoculta algo que se viene abriendo paso desde no sé dónde ni cuándo, pero que después reconozco cómo algo relacionado conmigo.
Me pongo a trabajar con intenciones mínimas. Si no logro percibir que lo que se está desarrollando tiene vida propia, cambio de rumbo o abandono. No me es posible imponerle una dirección fija a la actividad; apenas una orientación global con fluctuaciones. En mi caso, es más bien la actividad la que crea el motivo.
E.G.D.N.
Columnas Rítmicas o Movimiento Sinfín (9)
(Texto en panel del fondo).
La columna es un motivo que siempre me interesó. No se trata exclusivamente de la columna como elemento de sostén sino, también, de sus parientes: el poste, el pilar, el menhir, el obelisco, la cariátide, la estaca, el junco y el árbol; ciertos árboles, particularmente, como el álamo, el ciprés, la alta palmera; una constelación de motivos que expresan no solo la verticalidad sino, ante todo, el eje imaginario que separa y une el arriba y el abajo: el piso y el techo, los pies y la cabeza, el suelo y el cielo, la Tierra y la Luna, el planeta y su estrella, el astro y el cosmos.
La mayor parte de mis columnas son vectores pulsátiles expuestos en posición vertical que desarrollan el tema columna infinita, o movimiento sinfín, semejantes a aquella que diseñara Brancusi como parte de un Memorial en Tirgu-Jiu (Rumania, 1938), concebida como un tributo a los jóvenes rumanos fallecidos durante la Primera Guerra Mundial y a la regeneración de la vida. Brancusi es considerado como el “padre de la escultura moderna”, esa extraordinaria transformación de la estatuaria que se viene dando desde la primera década del S. XX y que aún continúa. En efecto, se trata de estatuaria, pero transformada y adaptada al contexto de la actual civilización planetaria, la que comenzó a formarse con la llegada de un extraordinario navegante genovés, Cristóforo Colombo, al continente americano en 1492, y produjo con el tiempo un tipo humano que ya no está seguro de saber – como en épocas pasadas – de dónde viene ni a dónde va, pero que continúa avanzando para saber qué hay más allá del horizonte circunstancial. (No, yo no creo en las identidades fijas, y menos en el culto a la identidad propia; cuanto más fija es una identidad, cuanto más recortada y rígida, menos humana me parece).
Hasta entonces no se había ensayado una columna sin fin, por más que las columnas de sostén contuvieran – particularmente la columna salomónica, un helicoide sinuoso – potencialmente el motivo. Esa potencialidad se actualizó no antes de la era actual, con volúmenes que se disparan hacia lo alto – cómo la Torre de Eiffel, en 1889, un caso de ingeniería escultórica para conmemorar los cien años de la Revolución Francesa –, o esculturas vectoriales como la de Brancusi, para conmemorar la regeneración y la persistencia de la vida; es decir, lo único verdaderamente fundamental.
Las columnas rítmicas son volúmenes mínimos y están estructuradas como una encrucijada que modela un volumen de espacio (cuatro sub-espacios interconectados por aberturas en el eje), porque me apasiona tanto el espacio como la materia tangible.
El color – aplicado o no – pretende manifestar el carácter de cada forma, su energía, su peso visual, su luminosidad y su temperatura. Son “estatuas” que pretenden ser miradas como un segmento a escala corporal de un vector plástico de extensión virtualmente ilimitada…
Pero reconozco que cada uno de nosotros al mirar, ve lo que puede ver, y también lo que quiere ver. Pero lo importante es que, en ocasiones, uno ve lo que no se propuso o no esperaba ver: algo que está un poco más allá del horizonte temporal de su visión.
E.G.D.N.
La Forma Desnuda
Nota crítica de César Ariel Fioravanti
(Inédito, a posteriori de la muestra).
Normalmente el escultor es un buen dibujante porque necesita expresar en el plano el volumen de sus esculturas.
También en algunos casos los escultores incursionan en la disciplina del grabado porque ambas necesitan de una técnica depurada.
En el caso de Enrique González De Nava es un obsesionado por que la técnica exprese con la mayor fidelidad el proyecto de su creatividad…. Esa creatividad que nace de su rico mundo interior.
Con Enrique nos conocemos de hace “unos cuantos años” y, siempre a mi parecer, puedo decir que es un ser estudioso, meditativo y de elaboraciones profundas e inquisitivas. Si bien se deja llevar por sus sentimientos, al volcarlos a la visión estética concreta, los desmenuza y analiza con rigor de cirujano.
Sus obras tienen una característica secuencial, ¿Por qué digo esto? Porque cuando la chispa lo ilumina, el cerebro de Enrique comienza a producir una serie de imágenes que se van sucediendo una tras otra, donde la siguiente es más rica que la anterior.
Él habla de “la forma desnuda” como una definición de la imagen pura, desde sus chapas blancas sacadas de un plano y dobladas para captar el espacio circundante hasta sus columnas en hierro o acero que exhiben una geometría sintética y vivos colores. Estas, de verticalidad “giacomettianas” están compuestas por módulos que se repiten en altura hasta hacernos forzar nuestra vista para contemplarlas en su totalidad; por su presencia, los colores son elegidos puntualmente para cada pieza, irradiando a su alrededor una atmósfera mística, casi religiosa. Por el contrario, sus dibujos tienen una planimetría donde, en el ochenta por ciento de esta serie, el blanco del papel y el negro de la tinta, juegan libremente en una abstracción lírica con un fondo surrealista.
Sus composiciones tienen una impronta tan personal que es muy difícil encontrar algo semejante en toda la producción del arte actual.
Este paneo de la última producción de Enrique, no hace más que expresar lo que siento frente a sus trabajos, al recibir esos mensajes producto de sus sentimientos.
C.A.F.